El movimiento
del Sol y de la bóveda estrellada
La simple observación
del cielo nocturno había revelado desde la antigüedad
la existencia de ciertas regularidades en el movimiento de los astros.
Las estrellas fijas y la Vía Láctea (esa banda brillante
de aspecto nebuloso que atraviesa el cielo) parecían moverse
durante la noche como si estuvieran rígidamente unidas a
una bóveda invisible que girase alrededor de un punto fijo
en el cielo, el Polo Norte celeste. Por las observaciones realizadas
desde distintos puntos de la superficie terrestre podía deducirse
que esta bóveda era como una gran esfera que rodeaba a la
propia Tierra esférica. Ya los griegos estaban familiarizados
con el hecho de que la "esfera celeste" hipotética
que contenía a las estrellas parecía girar uniformemente
de Este a Oeste volviendo a su punto de partida cada veinticuatro
horas. Nos referimos a este movimiento como rotación diurna.
Naturalmente, ahora sabemos que es la Tierra, y no las estrellas,
la que gira alrededor de su eje cada veinticuatro horas y que la
apariencia de las estrellas distribuidas sobre una enorme esfera
es una ilusión óptica. Pero no debemos despreciar
el enorme conocimiento astronómico de los antiguos por creer
que observaban unos cielos en movimiento desde una Tierra estática.
De hecho, la mayoría de nosotros aceptamos "autoritariamente"
el punto de vista moderno aunque no tengamos argumentos convincentes
que demuestren la realidad del movimiento terrestre.
Existe una estrella particular
en la constelación de la Osa Menor (la estrella polar) muy
próxima al Polo Norte celeste. Actualmente ésta sólo
se desvía unos 0º,9 de esta dirección y en el
futuro irá siendo cada vez menor hasta alcanzar un mínimo
de 0º,46 en el año 2102 empezando a crecer de nuevo.
Hiparcos, el gran astrónomo griego, ya conocía este
lento movimiento del polo norte celeste a través de las estrellas
fijas, fenómeno conocido como precesión de los equinoccios.
Se conoce ahora que el propio polo norte celeste se mueve en un
pequeño círculo y vuelve a su posición original
cada 25700 años. Puede resultar curioso mencionar que en
el año 802 d.C. la estrella 32H Camelopardalis (en la constelación
de la jirafa) distaba sólo medio grado del polo y los vikingos
la utilizaban efectivamente como estrella polar aunque fuera unas
cuatro veces menos brillante que la actual estrella polar.
También era sabido
por los antiguos (aunque no tan bien conocido por el hombre lego
de hoy), que si bien el Sol participa del movimiento diurno de las
estrellas, no se mantiene solidario a éstas. Observando las
estrellas, justo antes de amanecer y justo después de la
puesta de Sol se puede ver que éste cambia lentamente su
posición respecto a las estrellas cada día. Al cabo
de 365 días y un cuarto regresa de nuevo a la posición
inicial. Si seguimos con un trazo imaginario sobre la bóveda
estrellada esta trayectoria del Sol, obtendremos una línea
circular denominada eclíptica que va atravesando una serie
de constelaciones conocida como banda del zodiaco. En efecto, el
Sol parece tener un movimiento a lo largo de la dirección
Norte-Sur. El 21 de Marzo (equinoccio de primavera) el Sol está
directamente, a mediodía, sobre la vertical en los lugares
situados a lo largo del ecuador terrestre, y después se mueve
cada día más hacia el Norte hasta que el 21 de Junio
(solsticio de verano) está directamente sobre la vertical,
a mediodía, en los lugares situados a 23º ½ al
norte del ecuador (trópico de Cáncer). El sol empieza
a moverse entonces hacia el Sur, de tal modo que el 23 de Septiembre
(equinoccio de otoño) está directamente sobre la vertical,
a mediodía, de nuevo en el ecuador, y el 21 de Diciembre
(solsticio de invierno) está sobre la vertical, a mediodía,
en los lugares situados a 23º ½ al sur del ecuador (trópico
de Capricornio). El Sol se mueve de nuevo hacia el Norte y el ciclo
se repite.
El movimiento Norte-Sur
del Sol es, naturalmente, el principal factor que determina la temperatura
sobre la superficie terrestre. Entre el 21 de Marzo y el 23 de Septiembre
el día tendrá una duración superior a las 12
horas en el hemisferio norte, y el Sol estará relativamente
alto en el firmamento (según la latitud). Entre el 23 de
Septiembre y el 21 de Marzo la duración del día es
menor de doce horas en el hemisferio norte y el Sol no se eleva
muy alto. Esta circunstancia será justamente la opuesta en
el hemisferio sur. El 21 de Marzo y el 23 de Septiembre, el día
y la noche tienen la misma duración, de donde procede el
término equinoccio (igual noche, en latín).
La correlación entre
las estaciones y el movimiento del Sol a través de las estrellas
fue un descubrimiento científico de vital importancia en
las antiguas civilizaciones agrícolas. Al establecer un calendario,
originado en Egipto, de 365 días, los antiguos astrónomos
podían predecir la llegada de la primavera y decir al agricultor
cuándo debía sembrar sus cosechas. Eventualmente se
encontró que tal calendario se hacía cada vez más
inexacto, a menos que se añadieran algunos días extra
para tener en cuenta el hecho engorroso de que el año solar
consta de 365 días más un cuarto de día. Otra
dificultad estaba en que la posición del Sol en el Zodíaco
en el equinoccio de primavera variaba gradualmente a lo largo de
los siglos. Mil años antes de Cristo el Sol, el día
21 de Marzo, estaba entre las estrellas de la constelación
de Aries, pero, poco a poco, se desplazó a Piscis, donde
se encuentra ahora todos los años en esa fecha. Dentro de
unos siglos estará en Acuario (de ahí la frase de
la astrología popular de que la Edad de Acuario está
al llegar). Este fenómeno es otro aspecto del movimiento
gradual del polo Norte celeste antes mencionado.
Las explicaciones alternativas
Para dar cuenta del movimiento
diario del Sol junto con el giro de las estrellas fijas había,
en principio, dos explicaciones posibles: o que la Tierra estaba
fija y la bóveda celeste daba una vuelta cada día
alrededor de ella, o bien al revés, que la Tierra giraba
en torno a su eje y la bóveda celeste permanecía fija.
Los griegos pronto formularon ambas hipótesis. Pero la explicación
por la rotación de la Tierra resultaba insostenible porque
contradecía fuertemente al sentido común: vemos claramente
cómo el Sol sigue cada día su camino y cómo
el cielo nocturno gira sobre nuestras cabezas mientras la Tierra
parece yacer inmóvil bajo nuestros pies. Sin embargo había
una objeción aparentemente de mucho más peso:
"(...)que una rueda que gira
tiene la propiedad de expeler y dispersar las materias adheridas
a la máquina. En este hecho muchos fundan la opinión,
y Ptolomeo entre otros, que si la Tierra girase con tan grande
velocidad, las piedras y criaturas que están sobre ella
serían lanzadas al aire y que no habría mortero
bastante fuerte para fijar los edificios a sus cimientos de modo
que no sufrieran semejante expulsión". (Galileo Galilei:
Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo
ptolemaico y copernicano. 1630).
El otro movimiento que
debía explicarse era, como hemos dicho, el desplazamiento
anual del Sol a lo largo de la eclíptica. También
cabría interpretar este fenómeno de dos maneras: O
bien que el Sol realizaba un movimiento de traslación alrededor
de la Tierra o que bien era ésta quien se trasladaba alrededor
del Sol. Como antes, la hipótesis del movimiento de la Tierra
contradecía el sentido común y otra vez otro argumento
con respecto a las consecuencias de su movimiento: Si la Tierra
se mueve alrededor del Sol, tendrá que hacerlo a una velocidad
bastante grande, y entonces habría una corriente de aire
tan fuerte como un viento en la dirección contraria a su
movimiento, los objetos que se soltaran desde lo alto caerían
en contra del movimiento de La Tierra y los proyectiles tendrían
mucho mayor alcance en la dirección contraria del movimiento
terrestre, que en la dirección a favor.
Así, pues, la explicación
que se aceptó fue que la Tierra estaba en el centro del Cosmos
y que el Cielo daba vueltas en torno a ella. Durante la antigüedad
y la edad Media el hombre se aferró a la idea de un Cosmos
como una unidad cerrada y finita formada por dos regiones radicalmente
diferente, el Cielo y la Tierra, regidas por leyes también
distintas. Esta fue más una idea metafísica donde
el hombre estaba en el centro de la creación, en el mundo
sublunar donde todo era imperfecto y corruptible. Más allá
del mundo sublunar estaba el mundo de los astros, lleno de perfección
e incorruptible, limitado por la esfera de las estrellas fijas,
más allá de la cual no existía ni materia ni
espacio.
Los postulados de Platón
Parece ser que Platón
sentó las bases conceptuales sobre las que se debía
asentar cualquier estudio astronómico. Las principales fueron:
- La Tierra, que es esférica e inmóvil, está
en el centro del Universo (geoestaticismo y geocentrismo)
- Todos los movimientos de los astros deben ser circulares y uniformes
- Los astros no pueden tener otro movimiento o cambio que ese
movimiento circular.
Para Platón (y los
pensadores posteriores) los astros en particular y el Cielo en general
tenían un carácter divino, ya que es la parte material
que más se parece a las ideas. Puesto que a su juicio éstas
son eternas e inmutables, el único movimiento que le puede
convenir al Cielo es aquel que más de asemeja a la inmovilidad:
el circular y uniforme.
El problema de los planetas
Pero los movimientos del
Sol y las estrellas no eran los únicos que había que
explicar. Desde la antigüedad eran conocidas unas "estrellas"
que no mantenían su distancia relativa con las demás,
sino que se movían siguiendo trayectorias irregulares, y
que fueron llamadas planetas (planeta significa vagabundo o errante).
Los planetas de la antigüedad eran siete: Mercurio, Venus,
Marte, Júpiter, Saturno, El Sol y La Luna. Pero exceptuando
al Sol y la Luna, los otros cinco planetas presentan un movimiento
anual irregular, observándose ciertas paradas y retrocesos
en su movimiento conocidas como retrogradaciones
Figura 1. Movimiento retrógrado
de uno de los planetas exteriores sobre el fondo estelar
Toda la tarea astronómica
a partir de entonces consistió en hallar un modelo explicativo
que diera razón de los movimientos observados partiendo de
aquellos principios platónicos. Se trataba en definitiva
de hallar respuesta a este problema: ¿Qué tipo de
movimiento circular y uniforme es el de los planetas que hace que
a nosotros nos parezca que se mueven de forma distinta?. Fijémonos
pues que para los astrónomos antiguos los planetas no se
comportan de manera irregular (es decir, con movimientos no circulares
ni uniformes) sino que sólo lo parece; sus movimientos son
de hecho circulares y uniformes. De lo que se trata por tanto es
de buscar algún modelo geométrico que justificase
esta no-correspondencia entre lo que realmente sucede y lo que vemos.
El modelo astronómico
Ptolemaico
El modelo geocéntrico
fue caracterizado y completado por Claudio Ptolomeo (138-180 d.C.)
Este astrónomo y matemático de origen griego estructuró
el sistema y solucionó en parte el problema de los astros
errantes o planetas. Ajustar las complicadas trayectorias (no circulares)
de los planetas fue la tarea de Ptolomeo. En su obra el Almagesto
Ptolomeo introdujo el sistema de Epiciclos y Deferentes (figura
2). Un planeta se caracteriza por tener dos movimientos ligados;
uno de ellos es un epiciclo o trayectoria circular alrededor de
un punto central el cual a su vez gira en torno de la Tierra en
una trayectoria también circular denominada deferente.
Figura 2. Sistema Ptolemaico de Epiciclos
y Deferentes para explicar la retrogradación observada
en el movimiento de los planetas. La combinación de los
dos movimientos circulares explica este aparente cambio en la
dirección, el que se repite varias veces sobre el deferente.
Teóricamente la trayectoria del punto centro del epiciclo
vuelve a ocupar el origen después de un tiempo, sin embargo
los datos observacionales no mostraban este hecho, las trayectorias
no son cerradas. Esto motivó a Ptolomeo a introducir más
epiciclos y complicar el sistema.
El origen del movimiento
epicíclico puede verse muy bien en el desplazamiento de una
rueda sobre el suelo o sobre un carril. Un observador situado en
el borde de la carretera ve que el eje describe una línea
recta, mientras que un punto del perímetro de la rueda describe
para él un movimiento ondulado, que en cl caso de una rueda
normal de automóvil muestra un pico y en el caso de una rueda
de ferrocarril, un bucle. En este último caso, el movimiento
que interesa es el de un punto situado en la pestaña o corona
exterior de la rueda
Esta combinación
describe teóricamente los procesos de retrogradación,
pero presenta dos inconvenientes al compararse con las observaciones
sistemáticas: en primer lugar, no se completan las trayectorias
circulares después de varios epiciclos; y en segundo lugar
no explica los cambios de brillo -máximo y mínimo-
en Venus, Marte y Júpiter, cuya frecuencia debería
ser más alta que la observada. Ante estas dificultades los
sucesores de Ptolomeo introdujeron una serie de epiciclos (menores)
sobre epiciclos y las denominadas excéntricas (desplazamiento
del centro de la Tierra) complicando aún más el sistema,
sin alcanzar resultados concluyentes.
Con Ptolomeo tenemos el
último gran astrónomo de la antigüedad, que junto
con Aristóteles marcaron el pensamiento occidental en los
campos de la astronomía y la cosmología. El aporte
griego al conocimiento libera a la humanidad del mito y la superstición;
después del decaimiento de sus métodos de estudio
y la destrucción de la célebre Biblioteca de Alejandría,
se extiende sobre el pensamiento humano el halo oscuro de la edad
media. Transcurrieron trece siglos de historia bajo la autoridad
intelectual de la iglesia, en los que no surgieron aportes importantes
a las obras de los sabios antiguos. La influencia del pensamiento
aristotélico y ptolemaico en la Iglesia Católica y
su adopción por la misma (Edad Media, Renacimiento hasta
la Edad Moderna) se ve reflejada en un ejemplo literal; Dante Alighieri
plasmó dicha concepción en la Divina Comedia, allí
nos muestra un conjunto de esferas en donde la humanidad ocupa un
lugar intermedio entre las regiones infernales y degradantes, y
las regiones del espíritu puro. En la obra de Dante el pecado
y la salvación están amoldados al gran plan del universo.
Copérnico. La alternativa
heliocentrista
En 1543 (el mismo año
de su muerte), el clérigo, astrónomo y pensador neoplatónico
polaco Nicolás Copérnico publica en Nuremberg su libro
De revolutionibus orbium caelestium. El De revolutionibus fue escrito
por Copérnico con el objeto de solucionar algunos defectos
de la astronomía tradicional, de los que destacamos básicamente
tres:
El callejón en que
se hallaba la astronomía medieval, pues según el modelo
Ptolemaico, resultaba cada vez más complicado ajustar la
teoría con los nuevos datos observacionales: se necesitaban
ya más de 80 epiciclos para describir las trayectorias planetarias,
de manera que a partir de las mejoras de las observaciones, en vez
de haberse resuelto los problemas, se había, en palabras
del propio Copérnico, "engendrado un monstruo".
La no sistematicidad del
modelo ptolemaico, pues éste debía tratar de un modo
distinto a cada planeta, lo que iba en detrimento de la unidad y
la armonía del conjunto.
La artificiosidad de algunos
conceptos, como el de punto ecuante -un punto situado fuera del
centro de la deferente respecto al cual el movimiento es uniforme-
que en vez de explicar la uniformidad de los movimientos planetarios,
la violenta.
Todo esto chocaba con el
convencimiento de Copérnico de que el Universo, por ser obra
divina, debería estar regido por unas leyes matemáticas
lo más simples posibles y que tanto la distribución
de los astros como sus movimientos debían constituir una
unidad armónica y sistemática.
Las innovaciones copernicanas
- La Tierra no está en el centro del Universo, es un planeta.
- En el centro del universo está, inmóvil, el Sol.
- Los planetas, con las esferas que los transportan, giran alrededor
del Sol según el siguiente orden: Mercurio, Venus, La Tierra,
Marte, Júpiter y Saturno.
- La Luna no gira directamente alrededor del Sol, sino de la Tierra.
- La Tierra está afectada por tres movimientos: rotación,
traslación y un tercer movimiento anual del eje de rotación
terrestre con objeto de mantenerlo paralelo a sí mismo.
- La esfera de las estrellas fijas es inmóvil y está
muchísimo más alejada de lo que exige el geocentrismo,
lo cual explica que no se observe paralaje estelar.
De este modo, Copérnico
consigue explicar de forma diferente una serie de fenómenos
astronómicos como:
Muchos de los movimientos
que se observan en el Cielo no son propios de éste, sino
que son el reflejo de los que efectúa la Tierra. Así,
la revolución diaria de la bóveda celeste es una consecuencia
óptica de la rotación de la Tierra y el movimiento
anual del Sol lo es de su traslación.
Los movimientos retrógrados
de los planetas son una simple apariencia óptica derivada
de sus movimientos directos y de la traslación terrestre.
Este fenómeno se explica así de manera simple sin
necesidad de ningún artificio: cuando se ve retrogradar un
planeta, no es que éste cambie el sentido de su marcha, sino
que la Tierra, desde la cual lo observamos, lo adelanta o es adelantada
por el planeta (dependiendo de si se trata de un planeta exterior
o interior), debido a la diferente amplitud de su órbita
y, por eso, parece que aquél vaya hacia atrás.
Figura 3. Interpretación del
movimiento de retrogradación para planetas exteriores (a)
y planetas interiores (b) según el esquema heliocentrista.
En ambos diagramas el bucle es debido a que la Tierra se adelanta
o se atrasa en su movimiento al planeta; entre A y C, la proyección
en la esfera de las estrellas fijas muestra un movimiento hacia
el Este, pero entre C y E aparentemente cambia la dirección
de movimiento hacia el Oeste, al final entre E y G el planeta
retoma su movimiento hacia el Este.
El sistema proporciona
una explicación general del universo, simple y sistemática:
se eliminan los elementos artificiosos (los bucles de los planetas,
los puntos ecuantes, etc.) y se explica del mismo modo los movimientos
de todos los planetas (sistematicidad), cosa que, como vimos, no
ocurre en el modelo ptolemaico, en el que cada planeta debía
tener un tratamiento diferente.
Aspectos tradicionales de
la obra copernicana
No obstante, y pese a todas
esas importantes diferencias con el modelo anterior, el sistema
copernicano tiene todavía muchos elementos, algunos de ellos
fundamentales, de la Astronomía y la Cosmología tradicionales,
como los siguientes:
La imagen del Cosmos continúa
siendo la misma: una gran esfera (ahora mucho mayor) en cuya superficie
interna están fijas las estrellas, aunque a diferencia de
los pensadores anteriores, Copérnico consideraba estática
esta esfera.
Su estructura interna es
también la misma: un conjunto de esferas concéntricas
donde giran los planetas.
Si bien se eliminan los
epiciclos para explicar las retrogradaciones, continuaban utilizándose
para explicar la excentricidad de las órbitas, si bien el
número de epiciclos se consigue reducir de los 80 necesarios
en modelo ptolemaico a sólo 34, lo cual demuestra que Copérnico
seguía fiel a los métodos de trabajo de la astronomía
tradicional.
Copérnico sigue
completamente dentro de la tradición aristotélica:
el éter celeste, los cuatro elementos, los lugares naturales,
la distinción entre movimientos naturales y violentos, etc.
Objeciones al modelo copernicano
Desde el punto de vista
astronómico, tan aceptable era en principio el modelo copernicano
como el ptolemaico, pues ambos explicaban los mismos fenómenos
casi con la misma precisión cuantitativa. Sin embargo existían
una serie de objeciones al movimiento de la Tierra:
- Si la Tierra se mueve, ha de hacerlo con una velocidad muy grande,
¿por qué no lo notamos?
- Si la Tierra rota, ¿por qué la fuerza centrífuga
no hace salir despedidos a los objetos que se hallan en su superficie?
- ¿Por qué en su traslación no pierde la
atmósfera?
- ¿Por qué no vemos a los pájaros y las nubes
quedarse atrás en su vuelo por no poder seguir a velocidad
tan enorme?
- ¿Por qué vemos caer los cuerpos verticalmente
y no oblicuamente?. ¿Por qué un hombre que da un
salto vuelve a caer sobre el punto de partida?
- ¿Por qué siendo la Tierra un cuerpo pesado no
se precipita hacia el Sol que ocupa ahora el centro del mundo?
Todas estas objeciones
estaban enmarcadas dentro de la física aristotélica.
Haría falta una auténtica revolución de las
ideas de la física para que las objeciones anteriores perdieran
todo su peso. Galileo Galilei fue el hombre que hizo el trabajo
de sentar una nueva base de la ciencia del movimiento: la cinemática.
Pero mientras esto ocurría, surgieron dos aportaciones básicas
a la astronomía protagonizadas por el astrónomo danés
Tycho Brahe (1546-1601) y por su colaborador Johannes Kepler (1571-1630).
Las aportaciones de Tycho
Brahe
La importancia de Tycho
Brahe no proviene de haber realizado ningún avance teórico
fundamental, pues nunca aceptó el heliocentrismo, sino de
su gran labor observacional: la precisión de sus observaciones
y la calidad de los datos astronómicos que recogió
llegaron casi al límite de lo que es posible a ojo desnudo,
sin la utilización de un telescopio. Sus localizaciones de
los planetas, especialmente las de Marte, fueron la base sobre las
que trabajó Kepler para descubrir sus famosas tres leyes.
La precisión de
sus medidas le convenció que el modelo ptolemaico no funcionaba,
pero sus ideas religiosas le impidieron aceptar que la Tierra fuera
un planeta en movimiento y no ocupara el centro del Cosmos tal como
"le correspondía". Como alternativa adoptó
una solución de compromiso, para conciliar la tradición
y las Escrituras con los datos científicos, donde la Tierra
estaba situada en el centro del Universo con el Sol y la Luna girando
alrededor de ésta mientras los planetas lo hacían
alrededor del Sol.
Sin embargo, a pesar de
este intento conservador, Tycho contribuyó a la revolución
astronómica y cosmológica con dos aportaciones importantes
(aparte del cúmulo de observaciones citado):
La afirmación de
la no-existencia de las esferas cristalinas que transportaban los
planetas, conclusión a la que llegó estudiando la
trayectoria de los comentas
La afirmación de
que los cielos no eran inmutables. Ésta fue consecuencia
de su estudio de la aparición en el cielo, en el año
1572, de una estrella nueva o "nova" (hoy sabemos que
fue realmente una supernova) más allá de las órbitas
planetarias y bien fuera por tanto del mundo sublunar. |